Solo nos percatamos de lo mucho que necesitamos la tecnología cuando esta falla
“Los peces no saben que están mojados".
A través de esta afirmación el filósofo canadiense Andrew Feenberg ilustra lo que denomina “la paradoja de lo obvio”, con relación al vínculo que mantenemos con nuestro entorno artificial.
El agua es lo más natural del mundo para los peces, tan natural que no la notan. Del mismo modo, la tecnología es para nosotros, la cosa artificial más natural del mundo. Este modo de olvidar el carácter artificial de lo artificial puede observarse en nuestras experiencias cotidianas más elementales.
Por ejemplo, cuando vemos una película, nos sumergimos de tal manera en la experiencia que olvidamos estar frente a una obra de ficción montada sobre diversos soportes técnicos. Solo cuando ocurre algún imprevisto, por ejemplo, si se congela la imagen debido a un desperfecto, salimos del estado de fascinación y dejamos de visualizar la trama para ver la pantalla: tomamos conciencia de que estamos mirando aparatos electrónicos que fabrican imágenes de forma artificial.
“Cuando el cuchillo no corta o el hilo con el que cosemos una prenda se rompe a cada paso es cuando los que manejan estos materiales se acuerdan del que los fabricó”.
Mientras la tecnología funciona es algo que sucede, como el clima o los estados de ánimo: no se nos presenta como algo que podría ser de otra manera, sino como algo que es como es. Pero cuando deja de funcionar aparece ante nosotros el problema que debemos resolver, y entonces se habilitan las preguntas que corresponden a lo técnico: ¿Quién lo hizo? ¿Por qué lo hizo así? ¿Pudo haberlo hecho de otra manera? ¿Por qué no se tomaron precauciones?
Los objetos tecnológicos son tal vez los únicos que existen cuando no funcionan.
Insistamos con las situaciones más cotidianas en las que suele romperse el hechizo de lo obvio, por ejemplo, un súbito corte de luz. Instantáneamente aparecen a nuestro alrededor la computadora que estábamos utilizando, el televisor que estábamos mirando, la radio que escuchábamos o la lámpara que nos iluminaba. Como peces fuera del agua, durante una fracción de segundo, miramos extasiados, boqueando, el medio del que se nos ha extraído brutalmente.
Si el apagón perdura, entidades técnicas no tan inmediatas comienzan a cobrar existencia para nosotros. Pronto ingresan en nuestro mundo los transformadores que han fallado, esa sobrecarga que se ha producido a kilómetros de distancia de donde yo me encuentro y que ha imposibilitado que pueda terminar de ver mi película o que sea incapaz de calentar una pizza en el microondas.
Esos aparatos que repentinamente me han dejado fuera de servicio me han dejado a mi de la misma forma. Nos acordamos de ellos a cada minuto y nos preguntamos cuándo los repararán. Allí también cobran existencia los operarios, de los que nunca nos habíamos percatado, y cuya labor seguimos atentamente. Más aún, advertimos que “la luz” no es una cosa que emerge de las paredes de nuestra casa, sino que existe un sistema interconectado nacional de transporte y distribución de energía eléctrica, y uno provincial, unidos a través de frágiles y escasas “compuertas” que, al averiarse, dejaron sin luz a buena parte de la población durante unas horas. Entonces también cobran existencia los funcionarios que gestionan y deciden a diario las modalidades del transporte y distribución de la energía. Dispositivos técnicos y actores políticos emergen cuando vemos a la tecnología como algo extraño que puede salir mal.
Teniendo en cuenta ese rasgo de nuestro vínculo con lo tecnológico, cabe señalar que el discurso fascinado con la innovación tecnológica no colabora a una mejor comprensión de los fenómenos en los que estamos inmersos. Porque la tecnología no es algo que hacemos, sino algo en lo que estamos inmersos.
Las referencias a la tecnología en los medios de comunicación masiva, generalmente, suelen ser narraciones, a veces eufóricas a veces desdeñosas, de los nuevos productos tecnológicos disponibles en el mercado. Se enfatizan los problemas que solucionan, las posibilidades que abren, las ventajas que proveen. Se presenta una tecnología infalible y, por lo tanto, una tecnología que no es tal, porque se oculta, tras este enfoque, el carácter fabricado, frágil, artificial, de la innovación y las alternativas posibles que no fueron tenidas en cuenta. Se oculta tras este discurso, la deliberación y las decisiones que llevaron a esa tecnología y no a otra. Se naturaliza, ya no la innovación, sino un determinado tipo de innovación. Frente a esto, es necesario encontrar nuevas formas de contar la tecnología, nuevos modos de escritura y de narración que rompan el hechizo de lo obvio.
Tal vez, la única forma en que podamos ver que estamos mojados, es cayendo en la cuenta de que el agua es extraña y la pecera también.
*Texto publicado en Hoy Día Córdoba el 9 de septiembre de 2016.